Luis Mª
Bilbao
Catedrático jubilado
de Historia Económica
La formación de un departamento: Historia Económica
La formación de un departamento: Historia Económica
por Luis Mª Bilbao
Crear una universidad, programar sus facultades y configurar sus departamentos no es asunto baladí. Es por el contrario trascendental, siempre complejo y con riesgo de fracaso, si bien el riesgo puede ser neutralizado por la oportunidad cuando no por la necesidad. La Universidad Autónoma de Madrid (UAM) franqueó en su día este proceso y el resultado ha sido exitoso, como es hoy perceptible.
El Decreto-Ley por el que en 1968 se fundó la UAM, y dentro de ella nuestra Facultad, amén de otras universidades y facultades públicas de España, respondía a la necesidad perentoria no sólo de incrementar el número de centros docentes de cara a rebajar una creciente masificación de las aulas sino también la de imprimir un cambio substancial en la concepción y regulación de la universidad española, dotándola de estatutos singulares que se plasmaron en la denominación de autónomas. El crecimiento económico y los cambios sociales promovidos a partir de 1959 estaban detrás de todo ello, pues acrecentaron las demandas de enseñanza, así como la de diversificación y reestructuración de su espectro, orientándolo hacia carreras que se adecuaran mejor a las nacientes necesidades, entre ellas las de Economía, hasta la sazón parcialmente cubiertas por las pocas Facultades existentes de Ciencias Políticas, Económicas y Comerciales, que así se denominaban desde que su fundación en 1943.
A la necesidad se unió y asoció la oportunidad. Oportunidad brindada por la coyuntura, digamos, del profesorado español de entonces, piedra indubitablemente angular y clave de bóveda de toda arquitectura universitaria. Sin profesores no hay universidad. Y no pueden ser improvisados de la noche a la mañana. La UAM practicó al respecto la política de invitar a profesores ya catedráticos, desperdigados por distintas universidades de provincia, para ponerlos al frente de los departamentos. Los más, jóvenes catedráticos que estaban protagonizando la recuperación de la universidad española tras el bache de postguerra, y bastantes, formados en universidades de prestigio europeas y americanas. La atracción de Madrid como meta que coronaba toda carrera académica que se preciara actuó de inmediato, suscitando migraciones académicas. Fui testigo de traslados a la UAM de destacados académicos que había conocido siendo estudiante en la Universidad de Salamanca: Miguel Artola Gallego, Fernando Lázaro Carreter, Francisco Tomás y Valiente o Enrique Tierno Galván, éste a nuestra Facultad de Económicas, a la que también se desplazaron, desde otros centros y universidades, Gonzalo Arnaiz, Ramón Tamames y otros, entre los que debe destacarse la figura de José Ramón Lasuén, primer decano y artífice de nuevos modos en la orientación académica de la Facultad. Y fui asimismo testigo, en este caso directo y presencial, de la emigración a la UAM desde la Universidad de Bilbao, donde a la sazón era profesor ayudante, de Vicente Lozano, catedrático de Econometría, y Felipe Ruiz Martín, mi maestro, catedrático de Historia Económica.
Felipe Ruiz Martín respondía exactamente al patrón de profesor que la UAM deseaba incorporar. Prestigioso, como primer catedrático que fue de Historia Económica en España; formado en Francia, donde residió durante cuatro años como ataché al Centre National de la Recherche Scientiphique, bajo la dirección de Fernand Braudel, una de las principales figuras de la historiografía mundial del siglo XX y jefe de fila de la escuela de los Annales. Su llegada a la UAM en 1973 significó iniciar la formación del Departamento de Historia Económica. Reclutar profesores era lo más urgente, pero imprimir orientación y rumbo al departamento era lo más decisivo. Para cubrir la plantilla de profesores en los nuevos departamentos se replicó a escala la misma fórmula seguida con los catedráticos. Estos tiraron de los profesores de sus departamentos de origen invitándolos a trasladarse a Madrid. Así al menos comenzó a rellenarse la plantilla de profesores del Departamento. Sucesivamente llegaron de Bilbao Manolo González Portilla, siendo ya doctor y profesor contratado, y a continuación, José Antonio Álvarez, profesor ayudante recién doctorado. El último en incorporarme fui yo, el año 1978, tras haber ganado por oposición la plaza de profesor adjunto de Historia Económica de la UAM. La plantilla en aquel año estaba también compuesta por los profesores Agustín Yoshiyuki Kondo Hara, japonés de origen y primer profesor que fue de Historia Económica en la UAM, Luis García Guijarro y Pedro Martínez de Goicoechea, alumno este de la primera promoción de la Facultad. Este sistema de cooptación de alumnos ya licenciados comenzaba a practicarse en todos los Departamentos de forma que la Facultad empezó a autoabastecerse en parte de sus propios profesores.
La orientación académica del Departamento fue obviamente determinada por la concepción de la asignatura del propio profesor Ruiz Martín. Como disciplina de frontera entre dos saberes con tradiciones epistémicas diversas, las discrepancias de enfoque sobre la manera de concebir y practicar la Historia Económica existían entonces y siguen aún persistiendo. El influjo sobre el profesor Ruiz de la Escuela Histórica Alemana y de la Escuela de los Annales le llevaba a no concebir una Historia Económica disociada de la realidad social y política en la que la instancia económica indefectiblemente está inserta. La concepción de su maestro Braudel de una historia integrada era al respecto determinante. Los programas docentes respondían a este enfoque y el temario contenía unos pocos temas relativos a la época preindustrial, como entonces era la norma.
El Departamento fue con el tiempo experimentando cambios. El primero y más visible, su integración en 1986, por exigencias de la LRU, en un macro departamento, inicialmente conformado por los antiguos Departamentos de Teoría Económica, Econometría, Matemáticas e Historia Económica, y posteriormente con sólo Teoría Económica. Con ello nuestro antiguo pequeño Departamento perdió autonomía en muchos aspectos para la toma de decisiones. Otros cambios, no menos visibles, resultaron de la incorporación de más y más jóvenes profesores, así como de la diferente dinámica que la propia Universidad española fue experimentando en los últimos decenios tras sucesivos planes de estudio, dinámica no siempre, según se mire y quien lo mire, positiva.
Fueron sucediéndose y también evidenciándose otros cambios, más ligados a lo que es sustantivo y propio de un Departamento: la enseñanza y la investigación. En ambos extremos influyó poderosamente la evolución experimentada por la Historia Económica a nivel internacional. Nuevos temas, perspectivas y enfoques iban surgiendo motivando en el orden de la enseñanza necesarias modificaciones de los programas. Se ponderaban mucho más los siglos de la era industrial, XIX y XX, cuya exposición docente se articulaba en torno a tres temas que hacían de hilo conductor: el crecimiento económico, la desigualdad y la integración económica, la globalización. Ello fue acompasado con una especial y creciente preocupación por la didáctica, al calor de las nuevas tecnologías, lo que se traducía en nuevas experiencias docentes que diversificaban la clásica pedagogía fundada monolíticamente en la lección magistral.
En un texto que a modo de manual para alumnos se fue elaborando en el Departamento a partir de 2003 se detallaba el “Cometido de la Historia Económica en el marco de las Ciencias Económicas”. Me tocó a mi redactarlo y escribí que la Historia Económica se plantea preguntas y ofrece respuestas que otras disciplinas económicas también las hacen, pero con unas formas de razonamiento que le son bastante propias, cuasi privativas. La primera se relaciona con la concreción y complejidad, que contrasta con formas de abstracción generalizadora a la que por definición tienden otras disciplinas. Otra pretende abordar la dinámica económica a largo plazo, única forma de apreciar el cambio económico, difícilmente perceptible a otros plazos donde se mueven preferentemente otras disciplinas. Y la última, la integración de factores no económicos, fundamentalmente sociales (estructura social) y políticos (relaciones de poder), en la explicación de los fenómenos económicos. Estas formas de razonamiento, no exclusivas ni mejores ni peores que otras, complementadas con las que son más propias de otras disciplinas económicas, generan en su cruce un potente haz de luz que permite iluminar mejor la dinámica de una práctica social compleja como es la económica. No en vano, un economista tan avisado como Joseph Schumpeter, afirmaba con toda la carga de su autoridad que un buen economista requiere sólidos conocimientos de Teoría Económica, Métodos Cuantitativos e Historia.
Autor
Luis Mª Bilbao
Catedrático jubilado de Historia Económica
luis.maria.bilbao42@gmail.com
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