Antonio
García-Ferrer
Catedrático
de Econometría
Aquella primera promoción del Retiro (*)
Aquella primera promoción del Retiro (*) – Antonio García-Ferrer
por Antonio García-Ferrer
A mis compañeros y profesores que hicieron posible esta historia y que, desafortunadamente, nos dejaron solos para contarla.
Nunca tuve claro por qué decidí estudiar Económicas. No tenía antecedentes familiares ni amigos que me animaran a ello. En casa, solo había algunos viejos manuales de Contabilidad de Kester y otros de geometría descriptiva de Aparici; e incluso, uno sobre Estenoritmia que tuve que abrir para saber que trataba sobre las reglas de abreviación de las operaciones fundamentales de la Aritmética. Todos ellos pertenecían a mi padre cuando estudiaba para ser profesor mercantil en la Escuela de Comercio. Ninguno de ellos, sin embargo, provocaron en mí el menor atractivo que motivara mi decisión de ser economista. Tampoco recuerdo la razón de matricularme en la UAM en vez de la Complutense, aunque ni siquiera estoy seguro de que tuviese la oportunidad de elegir. Si la tuve, pesó por encima de otros factores el hecho de que las clases serían al final del parque del Retiro. Desde la perspectiva actual, me he preguntado muchas veces: ¿cuánto valdría ahora poder estudiar en un campus universitario en el Retiro?
De las cinco carreras que iniciaron su aventura aquel 1968, Económicas y Filosofía (que compartía edificio con nosotros) eran las más afortunadas. Los pobres estudiantes de Ciencias sobrevivían en barracones provisionales en la Casa de Campo y los médicos en parecida situación detrás del Hospital de la Paz. Honestamente, no recuerdo donde ubicaron a Derecho. Me parece recordar, sin embargo, que el Rectorado también se encontraba en nuestro edificio y que aquel señor que venía en coche oficial no era otro que D. Luis Sanchez Agesta, Catedrático de Derecho Político, ilustre jurista y entonces presidente de la Comisión Gestora de la UAM. Años más tarde en 1972, sería nombrado su primer rector. Sería bueno para las nuevas generaciones, que alguien les explicara la idea de las Universidades Autónomas como producto de la ley de educación y el libro blanco de Villar Palasí.
El edificio era una de esas pequeñas joyas escondidas del Retiro. Sede de la Escuela de Ingenieros de Caminos desde mediados del siglo XIX, se levantó en los terrenos del llamado cerrillo de San Blas junto al Observatorio Astronómico diseñado por Juan de Villanueva. En cierta manera, nuestras autoridades académicas concentraban en un mismo lugar de la ciudad los dos edificios que debían de servir para seguir profundizando en el conocimiento científico más puntero. Toda una aspiración para los futuros economistas.
Mentiría si os dijera que recuerdo mi primera clase. Pero en cambio, me acuerdo perfectamente de mis profesores. Algunos de ellos, entonces tan noveles como nosotros, han seguido en el mundo académico. A otros les perdí la pista hace décadas. De aquel primer año, recuerdo con especial cariño al profesor Lorca (ya con pajarita) que nos descubrió a Samuelson. También fui afortunado discente del profesor Martinez Cuadrado, un enciclopédico jurista cuya precisión oral era reconocida por todos y que nos enseñó a valorar el Derecho. El profesor García-Bermejo ya formó parte de aquella primera promoción de profesores. Venía de la Filosofía, pero su interés por la Economía era ya evidente. Aquel curso sobre Lógica fue una aventura que pocos estudiantes podían beneficiarse en planes de estudio más tradicionales. Pude disfrutar de él como alumno y después, como colega y amigo. ¡Siento mucho que nos haya dejado tan pronto! Aquel primer año tuve la inmensa fortuna de conocer al profesor Amando de Miguel que fue nuestro profesor de Sociología. Amando venía de Columbia, con un bagaje intelectual de sociología empírica que resultaría crucial en mi vida profesional. También tuvimos la suerte de recibir algunas conferencias de su maestro en Columbia, el profesor Juan J. Linz, ya en la Universidad de Yale, experto en Sociología Política con todos los premios y reconocimientos internacionales con los que cualquier científico podría soñar. Gracias a Amando aprendí la importancia de los datos como herramienta básica para el análisis económico, cómo presentar las tablas relevantes de un informe, y cómo apoyarse en ellas para deducir posteriormente las conclusiones del texto. Pero, sobre todas las cosas, aprendí la curiosidad por entender todo lo que sucede a nuestro alrededor. Esa curiosidad ha sido siempre mi compañera de viaje. Volví a tenerlo como profesor en la Sociología de tercer curso, y desde entonces ha sido un regalo tenerlo como maestro y amigo.
Aquel primer año terminó con una sorpresa inesperada en las calificaciones de junio. Nuestro decano, el profesor Lasuén, ideó un sistema similar al que utilizan las universidades norteamericanas basado en un ranking de todas las notas en forma de campana de Gauss. Como a los exámenes no se presentaron todos los estudiantes (calificados con cero), había algunas asignaturas donde el corte de aprobado aparecía con un suspenso bajo. Aquello generó un conflicto y una confusión sin precedentes. No recuerdo cómo se resolvió el problema, pero si que el famoso ranking pasó a mejor vida, y nunca más supimos de él.
Mis recuerdos de los cursos de segundo y tercero son más borrosos. Sin embargo, recuerdo con especial cariño y admiración al profesor Enrique Llagunes que nos dió dos cursos de Estadística excepcionales. Llagunes, llegaba a clase sin más bagaje que la tiza y un pañuelo en el bolsillo. Recordaba exactamente donde había terminado el día anterior y demostraba en la pizarra todos los resultados pertinentes. Enunciaba los teoremas de memoria y en ese momento decía…..escriban! Todavía guardo sus notas como un tesoro y aún estoy por descubrir alguna errata que no sea debida a mis propios errores de transcripción. También tengo muy buenos recuerdos del profesor Rojas (espero que no me traicione la memoria), un chileno afincado en Madrid que tuvo en breve paso por la facultad. Su curso (dificil de definir) versaba sobre la importancia de los sistemas de información en la toma de decisiones en la empresa. El tema, algo esotérico en aquellos años, forma parte hoy dia de la mayoria de los planes de estudio de muchas escuelas de negocios. Esos mismos buenos recuerdos son extensibles al profesor Eugenio Domingo (también prematuramente fallecido) que nos descubrió a Musgrave y que conocía y explicaba como pocos el sistema tributario español. También al profesor José Quevedo que desde su posición privilegiada en el INE, conocía como pocos todos los recovecos de las cuentas nacionales. Nunca entendí como esta asignatura desapareció de los planes de estudio posteriores.
Muchos estudiantes aprovechamos aquellos dos veranos para cumplir con la Patria. Los estudiantes universitarios teníamos la opción de solicitar la Instrucción Prelimitar Superior (IPS), que se hacía en dos veranos consecutivos, en sustitución del servicio militar obligatorio. La inmensa mayoría de mis compañeros eligieron el campamento de La Granja, donde existía un hacinamiento considerable y se dormía en tiendas de campaña circulares en medio de un páramo. La única alternativa para el distrito de Madrid era utilizar alguna plaza sobrante en el campamento de Los Rodeos en Tenerife, donde se dormía en camas y teníamos dos duchas diarias. Además, desde la Peninsula, Canarias parecía un destino exótico por descubrir, y era el único sitio donde podíamos fumar Coronas, lo más apreciado entre los fumadores de tabaco negro. Quince días antes de mi marcha dejé de fumar. Lo aproveché para mejorar mi estado fisico y volver a jugar al futbol con mi amigo Luis Fuentes en aquellos partidos del campamento entre godos y canarios.
El fútbol había sido la actividad deportiva más relevante en la facultad. A cinco minutos de la misma estaban las instalaciones de La Chopera, con un campo de tierra que dejaba huellas fisicas llamativas después de cada partido contra los equipos de las otras facultades. Allí conocí a mis mejores amigos de la facultad, el citado Luis Fuentes y a Juan Carlos de Prada, Christian Careaga y a Emilio Antón (prematuramente fallecido) a quien todos llamaban “El Dandy” por su elegancia a la hora de conducir el balón. Con Juan Carlos y Christian coincidí en Londres los veranos siguientes y juntos descubrimos todos los atractivos que ofrecía esa ciudad imponente, desde la librería Foyles a Jesucristo Superstar o a los “Proms” del Royal Albert Hall. Con Christian, otro melómano impenitente como yo, sigo manteniendo una amistad imperecedera.
A la vuelta del verano de tercero nos encontramos con una sorpresa inesperada: el traslado al nuevo campus de Cantoblanco. Aunque anunciado en la prensa en repetidas ocasiones, las fotos sobre el estado de las obras no presagiaban que se cumplieran los plazos previstos. Sin embargo, empezamos el curso sin problemas. A diferencia del Retiro, en la nueva facultad el espacio sobraba y la luz natural abundaba en pasillos, despachos y clases. Solo algún tiempo después descubrimos que esas cristaleras inmensas eran el mejor ejemplo de ineficiencia energética de aquellos primeros edificios de Cantoblanco.
Ya estábamos en cuarto. Los de Economía teníamos cinco especialidades: Teoría Económica, Cuantitativa, Hacienda, Regional y Sociología. Elegimos especialidad a nuestro antojo, entre otros motivos porque el núcleo central de todas ellas era común: Macro y Micro, Matemáticas y Econometría. Y de repente, apareció Arnáiz……. Durante los primeros años de su andadura, nuestra facultad fue capaz de sobrevivir, prácticamente, sin catedráticos numerarios; exceptuando al propio Lasuén y a Jiménez Blanco. Al contrario de la Complutense, donde la influencia de los grandes “popes” como Rojo, Castañeda, Velarde o Fuentes era notoria, la ausencia de esos grandes nombres nos daba una cierta autonomía intelectual a costa de un menor peso específico en el mundo profesional y académico. Don Gonzalo Arnáiz Vellando era otro de los grandes nombres de la Complutense, que recaló en la UAM intentando alejarse de la tensión que se vivía en las aulas de Somosaguas en aquellos años del tardofranquismo. Era, sin duda, el personaje más respetado y temido de la facultad y nadie, en su sano juicio, se atrevía a llamarlo por su nombre de pila sin anteponer el Don. Irradiaba, además, un grado de certeza moral que causaba pavor en las juntas de facultad. En el aula, sin embargo, se transformaba y sus clases de Cálculo eran una obra de arte. Hacíamos cientos de integrales de todo tipo y llegamos a entender fácilmente las ecuaciones diferenciales y en diferencias finitas que posteriormente nos serían tan útiles en los cursos de Econometría y Macro dinámica. Con el paso del tiempo, siempre pensé que Arnáiz habría sido uno de los grandes nombres de la investigación estadística europea sin la situación de aislamiento de España tras la Guerra Civil, que fue determinante para dificultar los contactos intelectuales con el extranjero.
Con Arnáiz llegaron también otros profesores que tuvieron una influencia notable en mi aprendizaje. Miguel Boyer nos dio dos cursos excelsos de Macro y nos enseñó a perderle miedo al inglés con el libro de Evans. Rodrigo Keller y Silvio Martinez Vicente ampliaron nuestra visión del paradigma neoclásico en sus cursos sobre Evaluación de Proyectos y Elección Social. Por allí también pasaron profesores tan distintos como Salvador Barberá, Paco Mochón o Luis Racionero. En el último curso, Luis Marco fue otra excelente novedad en su curso de Transporte. Luis venía del Banco Mundial con una amplia experiencia internacional en la financiación de proyectos. Fue, además, mi primer jefe en el Ministerio de Planificación del Desarrollo al año siguiente de terminar la carrera. Siempre me he sentido en deuda con él. Idéntica sensación me invade al recordar a mis dos profesores de Econometría: Oscar Ozaeta (también prematuramente fallecido) y Juan del Hoyo. Los dos eran ingenieros de formación lo que les daba una ventaja operativa importante a la hora de explicar los aspectos más técnicos de la asignatura. Ambos habían hecho estudios de posgrado en Estados Unidos e Inglaterra y, sin duda, condicionaron la dirección de mi vida profesional hacia el mundo académico.
Cuando vuelvo a repasar la historia de tantos profesores brillantes durante aquellos años, no dejo de preguntarme por qué no fuimos capaces de mantenerlos de manera estable. ¿Qué falló en nuestro sistema de selección de profesorado para permitir tanto desperdicio de capital humano? Suelo responderme que aquellos eran otros tiempos, donde la dedicación a tiempo parcial era dominante y la investigación nunca se contempló como objetivo prioritario. Pero la verdad, es que perdimos 25 hermosos años que todavía estamos recuperando.
He querido dejar para el final a mis compañeros, un grupo razonablemente compacto de estudiantes desde primer o segundo año; y qué con alguna baja, terminamos graduándonos en junio de 1973, en una ceremonia algo desafortunada. Había algunas mentes brillantes que ya apuntaban excelencia en todas sus intervenciones. David Anisi, Iñigo Tornos, Joaquín Pí, Rosa Soria o Luis Toharia me vienen a la cabeza como los nombres más relevantes. David, Rosa y Luis nos dejaron demasiado pronto para saber dónde estaba su zenit. Sin embargo, la característica más relevante de aquel grupo era el alto valor de la media de la clase. De aquel grupo tengo estupendos recuerdos de Javier Tremps y de Juan Salcedo, Manuela García-Cuenca, Manolo García de Belza, Cristina Blanco, Mª Luisa Lejarraga, Luis de la Fuente, Nicolás y Vicente Carrasco, Jesús Martínez Paricio, Eduardo Sevilla, Marisa Fernández Palacios, Alberto Soteres, Cristobal Montoro, Marisol Valencia, Teresa Mojín, Pedro Morón, Juan Sanromán, Chema Mella, Maximino Carpio y José Folgado; y de muchos otros que la traidora memoria me hurta. De aquel grupo saldrían nueve catedráticos de universidad, algún ministro y secretario de estado, varios funcionarios de los cuerpos superiores de la Administración y buenos profesionales en empresas y organismos internacionales como el Banco Mundial. Está por explicar cómo es que se juntaron mentes tan brillantes y con tanta capacidad de trabajo. Un profesor de aquel grupo me escribió al respecto …..Ya sé que a los estadísticos no os interesa mucho el “caso único”, pero en la realidad económica y social los “casos únicos” son decisivos. La promoción del Retiro fue realmente un caso único.
Además de un excelente núcleo de profesores, tuvimos magníficos manuales en casi todos los cursos fundamentales. Eran libros muy bien editados de Ariel, Aguilar, Alianza o Vicens Vives, a los que el paso del tiempo no les ha hecho mella, y que comprábamos en la cuesta de Moyano o en la famosa “Felipa” que nos garantizaba recompra asegurada. Un día, haciendo ordenación de mi biblioteca casera los volví a ojear. Había 48 libros de aquellos años. Cuando al final de cada curso hago una encuesta informal entre mis estudiantes de tercero y cuarto, la media de libros comprados por ellos está entre ¡cero y uno! Al menos en esa cuestión, las nuevas generaciones no han sido tan afortunadas como la nuestra.
En 1993, nos volvimos a reunir en la facultad (profesores y alumnos) para celebrar el 25 aniversario. Estábamos casi todos, nos reconocíamos a distancia y todavía conservábamos la memoria fresca de tantos años juntos. En el 50 aniversario, ya sin profesores, nos volvimos a citar en el Centro Riojano. No seríamos más de treinta y teníamos que acercarnos a medio metro para leer la etiqueta con nuestros nombres. Los recuerdos se habían difuminado y los temas de discusión se acabaron pronto. Terminamos viendo un video de nuestros años estudiantiles y enseñándonos las fotos de nuestros nietos. Todo muy convencional y esperado.
En agosto de 2021 me llega la indeseada jubilación forzosa, después de 53 años de mis primeros pasos por la UAM. En mis paseos diarios por el Retiro me acerco, a menudo, a contemplar toda la belleza de aquel majestuoso edificio, y todavía me sigo sintiendo afortunado de haber formado parte de aquella bendita primera promoción.
(*) Agradezco a Christian Careaga y a Amando de Miguel sus comentarios y sugerencias a una primera versión de este trabajo.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!
Momentos fantásticos en nuestras vidas. Una referencia a no olvidar.Gracias Antonio.
Mi agradecimiento emocionados a Antonio
yo soy de la segunda promocion. Me encontré con dos colegas del Liceo Frances, Luis Toharia y Jose Carlos Maldonado que eran
de la primera promocion. Mas tarde vino Revuelta,igualmente del Liceo Frances,que hizo una buena relacion con Ramon Tamames. Me acuerdo de algunos de la primera promocion que han sido nombrados, ya que teniamos un buen equipo de futbol y nos dimos unas cuantas patadas con Emilio Anton, Carlos de Prada, y un tal Javier Aguirre. Ibamos a la Chopera sobre todo cuando teniamos practicas de Matematicas,ya que no nos gustaba el profesor. Cursamos los dos primeros años, y ya despues nos fuimos a Cantoblanco.
Mi experiencia fue realmente buena ,los profesores eran de buen nivel, salvo alguna excepcion, y en la especialidad de Finanzas, Economia de Empresa, éramos un grupo reducido, lo que supuso una ventaja. Mariano Rabadan, Enrique Corona, Manuel Rojo, Pilar……que daba matematicas, Aurelio Menendez,, buenos tiempos. En 2019 se me ocurrió avisar a 4 o 5 colegas que tenia localizados, y celebramos el 45 aniversario de nuestra salida de la Universidad. Por si alguno no llegara al 50 aniversario !
Otros profesores, Amando de la Cruz, me recordaba a Alfredo Landa, Antonio Lopez Pina, cojo, y Joan Garces, que se fue a Chile como asesor de Salvador Allende.