José María Mella
Catedrático Emérito Economía Aplicada
El movimiento estudiantil en la Universidad Autónoma de Madrid (1968-1973)
El movimiento estudiantil en la Universidad Autónoma de Madrid (1968-1973)
por José María Mella Márquez
Me han pedido que escriba sobre mis recuerdos del movimiento estudiantil (ME) como estudiante de la primera promoción de la UAM. Lo hago con mucho gusto, aunque con cautela. Escribir sobre un fenómeno social de carácter histórico, en el que uno además ha tenido una participación personal, resulta arriesgado por la dosis de subjetividad que entraña, aunque tiene la ventaja de un conocimiento de primera mano sobre lo sucedido. Trataré, en lo posible, de minimizar el riesgo de subjetividad y aprovechar la circunstancia de haber vivido los hechos en vivo y en directo.
Es, en todo caso, un recuerdo urgente, necesario, imprescindible -diría yo- para que este país, ya de lleno en el siglo XXI, conozca mejor su pasado, lo recupere de algún modo, entienda la sociedad de hoy a partir de la lucha de las jóvenes generaciones de ayer y construya el presente proyectándolo hacia el futuro. Decía la gran economista de Cambridge, Joan Robinson, que “el pasado está dado y no se puede cambiar”; pero me permito añadir que lo grave no es que no se pueda cambiar, sino que se pueda olvidar. Y de eso se trata, de rescatarlo del olvido, para entender el presente e imaginar el porvenir, libre de los errores pasados y enriquecido con las mejores experiencias.
¿Cuáles son las preguntas básicas que cabe plantearse sobre ese periodo de la UAM, desde el punto de vista del ME? Son, creo yo, básicamente tres. Primera, ¿Cuál es el entorno académico y social del ME y por qué surgió? Segunda, ¿Cuáles son sus objetivos y características? y, finalmente, ¿qué papel jugó el ME bajo la Dictadura?
El entorno del ME en la UAM estaba determinado por un contexto local, nacional e internacional favorable a la libertad política y a la apertura intelectual. El contexto local venía dado por su entorno inmediato: el edificio emblemático en el que se crea (el palacete, sede actual del CEDEX, Centro Experimental de Obras Públicas), enfrente del Retiro, detrás del Ministerio de Agricultura (antiguo Palacio de Fomento), al final de Cuesta Moyano, esquina de la calle Alfonso XII. Allí abre sus puertas la UAM a finales del mes de octubre de 1968. Se crea con pocos estudiantes, tan pocos que en ese edificio de dos plantas más el entresuelo se albergaban dos facultades (Filosofía-que en tiempos incluía a los que después deseasen estudiar Psicología- y Económicas y Empresariales).
El “caldo de cultivo” de aquellos estudiantes eran las lecturas de autores latinoamericanos (García Márquez, Cortázar, Borges) y españoles (Miguel Hernández, Machado, Alberti, Lorca), los ensayos clandestinos (El Laberinto Español de Brenan, La Santa Mafia de Infante), la música de Raimon (Al Vent), Paco Ibánez (Andaluces de Jaén), Aute, Labordeta, Bob Dylan y Joan Báez, entre otros.
El contexto nacional se caracterizaba por un malestar social profundo, una fuerte represión política, una movilización estudiantil generalizada en toda España, y una evidente crisis del régimen franquista.
El malestar social era el resultado de un “desarrollismo” sin distribución, la España de los 800 dólares per cápita, de reducidos salarios, huelgas obreras con el resultado de tres muertos en Granada (1970), manifestaciones como la de El Aaiún (Sahara) con numerosos muertos, heridos y cientos de detenidos.
La represión política se veía acompañada de estados de excepción como el primero vivido en la UAM (24/01/1969), detenciones masivas por centenares sino miles como las del 1 de mayo de 1969, el Consejo de Guerra de Burgos (6 condenas a muerte, en diciembre de 1970) o las huelgas generales de Vigo y Ferrol del año 72 con dos muertes.
La movilización estudiantil y académica se expresaba contra la aprobación de la Ley General de Educación (LGE, 1970), en la huelga de exámenes por expulsión a perpetuidad de la Universidad española de una docena larga de estudiantes (1972) y en la dimisión del rector de la UAM, D. Luis Sánchez Agesta.
La crisis del régimen franquista era permanente con sus expresiones más genuinas en los famosos casos de corrupción de la época (el caso de la empresa textil Matesa y el de la empresa Reace del aceite de Redondela), la división del gobierno entre “aperturistas” e inmovilistas, la designación por Franco del príncipe Juan Carlos como sucesor a título de rey (22/07/1969), el magnicidio del jefe de gobierno el almirante Carrero Blanco (20/12/1973) y la puntilla con la muerte de Franco posteriormente en noviembre de 1975.
El entorno internacional propiciaba cambios hacia una mayor libertad, que cuestionaban el “statu quo” en España y la guerra “fría” mundial. Estamos en plena vorágine de mayo del 68 en Francia, Méjico y Estados Unidos, ante el rechazo de la invasión de Checoslovaquia por las tropas soviéticas en agosto de ese mismo año, frente a la guerra de Vietnam contra el imperialismo yanqui (“la primera guerra televisada de la historia”), la victoria electoral socialista de Salvador Allende en Chile en noviembre de 1970 y el Acuerdo Preferencial España-CEE (1970). Estos hechos nos acercan a Europa, nos muestran cuál es nuestro horizonte inmediato y delata al régimen español como una anomalía en el contexto político del continente.
En este marco, es fácil entender por qué surgió el movimiento estudiantil. El ME era resultado de un bucle incesante de represión-reacción-represión, que se retroalimentaba hasta que la lucha contra la represión, por la democracia y los cambios socio-políticos abrieron el camino hacia la libertad.
Los objetivos del ME eran académicos y, sobre todo, políticos. Es cierto que los estudiantes tratábamos de mejorar la oferta docente de la facultad, si bien con una gran ayuda del entonces Decano y primer Decano, el Prof. José Ramón Lasuén Sancho, al que hay que agradecer, y deseo hacerlo constar, su carácter abierto, innovador e ilustrado, que no ponía trabas a la movilización estudiantil. Los objetivos políticos eran una Universidad libre, democrática, pública y abierta a toda la sociedad.
Las características del ME eran o pretendían ser un movimiento amplio, de “masas”, asambleario, que conseguía “abarrotar” de estudiantes las salas de la facultad y del hall, plural formado por estudiantes de diferentes ideologías y afiliaciones políticas, creyentes y no creyentes, crítico y solidario (las multas gubernativas no se pagaban, se donaban al movimiento obrero al, en aquellos momentos, sindicato clandestino CCOO).
Las formas de lucha eran pacíficas, tanto dentro como fuera de la universidad (aunque se cometieran excesos como la rotura de cristales a pedrada limpia del entonces Rectorado, el actual edificio del Servicio de Idiomas), legales con elección de delegados de clase, ilegales como asambleas y manifestaciones, o para-legales (ruedas de prensa con medios de comunicación extranjeros como New York Times o Le Monde y, en alguna ocasión, con embajadas). Se pugnaba ya, a esas alturas de fuerte dureza represiva, por “salir a la superficie”; es decir, por abandonar la clandestinidad, levantar cabeza al frente de las luchas y conquistar la legalidad. Debo añadir que la expresión “salir a la superficie” fue acuñada por el Partido Comunista de España, al que tanto debe la sociedad española de mi generación y la transición, dicho sea, con el debido rigor histórico, no exento de gratitud.
Los componentes del movimiento estudiantil eran estudiantes demócratas, cuyos padres se habían batido a un lado y a otro de las trincheras de la Guerra Civil de 1936-1939, con la conciencia clara de que la guerra fue un desastre nacional y a sabiendas de que la contienda la habíamos perdido todos los españoles de a pie, y con espíritu de reconciliación nacional y de paz.
Finalmente, nos preguntamos al principio ¿Qué papel desempeñó el ME bajo la Dictadura? En realidad, fue una de las puntas de lanza destacadas en la lucha contra el régimen franquista. Porque existen, me parece a mí, tres fenómenos, que merecen ser destacados, con un fuerte nexo de unión entre ellos: el ME, la nueva cultura política y la posterior transición.
Primero, es indudable que hay una ruptura generacional de la “juventud no encuadrada”, en palabras del ya mentado Almirante Carrero Blanco (Presidente de Gobierno) a la que ya no sirven las estructuras de la Organización Juvenil Española (OJE), ni el Frente de Juventudes, ni los Juegos Nacionales Escolares (en los que, por otra parte, participé). La nueva juventud venía con otras costumbres: música, lecturas, apertura al exterior, ansias de libertad, etc. Una prueba estadística: los procesados llevados al Tribunal de Orden Público (TOP) eran, dos de cada tres, menores de 30 años.
Segundo, hay una dinamización social por nuevos valores, comportamientos e ideologías (divorcio, aborto, despenalización del adulterio, feminismo naciente), obreros y estudiantes en lucha, debates familiares como consecuencia de sanciones administrativas y represivas, detenciones y expedientes de expulsión de la Universidad (promovidas por el impresentable Rector Julio Rodríguez en 1972). Es en realidad una lucha por la modernidad, con nuevos códigos emocionales y racionales. Y digo bien emocionales. Siempre he pensado que, para mover, primero, hay que conmover, hacer sentir lo que pasa alrededor.
El tercer fenómeno es el de la educación política que promovió a cuadros profesionales (abogados, economistas, ingenieros, médicos, diversas profesiones), que pasaron de las aulas universitarias a los despachos y de éstos en muy poco tiempo a las direcciones de los partidos políticos, a las nuevas Cortes de la Transición, a la elaboración de la ley de leyes -la Constitución, de la que seguimos todavía disfrutando hoy- y a los gobiernos de la democracia.
En conclusión, primero, el ME promovió una nueva cultura política alternativa al oscurantismo de una “larga noche de piedra” de casi cuarenta años. Segundo, el ME produjo un desgaste de la Dictadura del que no pudo recuperarse: sus mecanismos de control y represión se fueron agotando hasta resultar inútiles al ser desbordados por movimientos cada vez de mayor amplitud e impacto social. Tercero, este flujo convergente con el resto del movimiento social y el surgimiento de nuevas élites abre el camino sin vuelta atrás de la llamada Transición a la Democracia.
Autor
Jose María Mella Márquez
Catedrático Emérito de Economía Aplicada
jose.mella@uam.es
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!